Hace como una hora, Pablo, uno de mis tres pequeños tiranos inflexibles, me impuso una consigna: tengo 24 horas para crear y contarle un cuento sobre "El hombre que amaba las iglesias". Mi mente cree que puedo pensar en algo bonito a partir de esa idea, pero no ha cuajado. Ya veremos si lo logro.
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¡Enhorabuena, Doctor! Hacía falta leerle.
Una vez conocí un hombre que amaba las iglesias porque eran silenciosas, amplias y pacíficas. Además, allí creía sentirse más cerca de Dios, no sabía muy bien por qué. Se lo había contado a varias personas, de las cuales algunas opinaban que era porque de niño su madre le había leído siempre cuentos ilustrados y por eso había crecido con la necesidad de ver, tocar y oler imágenes y objetos que le convencieran de que lo que creía era real y tangible. Otros, más esotéricos, le decían que era por las "vibras" que había en las iglesias, pues allí iba la gente cuyas almas se acordaban de Dios en algún momento y además, esas estructuras habían sido levantadas en honor al Altísimo y llevaban mezcladas en el concreto mucho de dovoción y de fe. El hombre, además, era arquitecto y se hizo arquitecto porque desde niño le impresionaban las iglesias y cuando en secundaria le tocó estudiar historia Universal se dio cuenta que las obras más hermosas del Hombre a lo largo del tiempo siempre fueron templos levantados a sus dioses (cualquiera que fueran sus nombres). Tal vez todo su gusto por los templos se pueda resumir en esa necesidad de inmortalidad que tiene el hombre. Los templos suelen sobrevivir a varias generaciones humanas, dan la sesación de sitio seguro e inviolable, respetado incluso por las tropas en las guerras (mientras no sean tropas gringas y los templos mezquitas musulmanas o templos budistas milenarios: ¡malditos gringos que ni a Dios respetan!).
Y así pasó la vida este amigo, diseñando inglesias y visitándolas cuando quería estar a solas con Dios, hasta el día en que tuvo una discusión muy, pero muy fuerte con un viejo cura corrupto e hipócrita. Le dio un infarto y quedó allí mismo, muertecito, en medio de la iglesia. FIN
No sé como sea ese cuento de el hombre que amaba las iglesias, yo conozco una mujer que siente mucha paz en la iglesía, que llega y se sienta en una banca a colmar su espiritú de tranquilidad, que si quiere llorar y siente que nada debe esconder y tuviera que escojer un lugar, sería la iglesía.
Me contaría como quedo ese cuento?
¿De regreso compadre?
Bienvenido
Beso
Mó.