El último temor

Para Pablo.

La determinación de alcanzar un nivel de perfeccionamiento superior al de sus contemporáneos le hizo estudiar a fondo, dedicándose totalmente a cada arte marcial que estuvo a su alcance. Pasado el tiempo, comprendió la escencia común de todas ellas, y logro unificarlas armoniosamente. Pero no era suficiente. Ya antes se había hecho.

Así que decidió retar a cada gran maestro que se encontrara, y perder o ganar, pero siempre aprender la lección. Se acercó a cada dojo prestigioso a pedir humildemente al maestro del mismo que le concediera un breve combate, en plan amistoso, para mejorar sus habilidades.

A veces, vencía con facilidad al maestro de ese dojo. En esos casos, procuraba hacer evidente que había tenido suerte, o que el maestro lo había dejado ganar porque era muy compasivo.

En otras ocasiones, le costaba trabajo vencer, y su respeto no tenía límites al agradecer al maestro la valiosa lección.

Pero lo que más le gustaba era cuando era derrotado. Se levantaba, agradecía profundamente al maestro la lección y se iba a meditar durante varios días, recreando en su mente quieta el intercambio de movimientos y energías hasta el mínimo detalle, tratando de entender lo que había sucedido, tratando de mejorar lo que había fallado.

Con este sencillo pero laborioso método, cada vez eran menos las veces que perdía. También notó que cada vez tenía menos miedo al dolor, a morir, al ridículo, a sufrir deshonor.

Hasta que sólo había un maestro que se le resistía.

Era un maestro que aparecía en sus sueños, con la claridad y la consistencia de algo que no es realmente un sueño, sino una lección interna. El maestro siempre estaba sentado, lleno de paz, en un rincón de una caverna. Cuando, enojado, el soñador pedía al maestro su nombre para invitarlo a combatir, el maestro contestaba invariablemente que daría su nombre sólo cuando fuera derrotado. Seguía un intrincado combate. Las cosas parecían igualadas al principio, pero tras unos segundos, era claro que la técnica del maestro era superior, y nuestro sistemático guerrero caía por tierra, agradeciendo con cada fibra de su ser la lección recibida.

Al despertar, el guerrero, enfebrecido, meditaba muchos días seguidos, tratando de comprender, pero entendiendo muy poco sobre cada movimiento del maestro. No entendía por qué perdía.

Era evidente que el maestro no era más veloz que el guerrero. Tampoco conocía movimientos que el guerrero no, ni tenía más flexibilidad o equilibrio.

Tras varios años de soñar/meditar, intentar vencer de nuevo, caer por tierra y valorar lo sucedido, el guerrero consideró que era él mismo quien se dejaba vencer. Dedujo que el maestro de la caverna debería ser un último miedo al que vencer, una pared interna.

Esa noche, derrotó al maestro.

Esa noche, supo que el nombre del maestro era Kūkyo.

Nuestro guerrero supo que la falta de sentido en la vida era su último temor.

Al día siguiente dejó de cultivar su tan amada perfección, y se dedicó a ayudar a los demás. Y fue inmensamente feliz.

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Gracias, Tayde Prieto, por el consejo sobre el nombre del último maestro.

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5 respuestas a El último temor

  1. . dijo:

     
    Maravilloso.
    Creo que es muy aplicable. El último temor… sí, enhorabuena.
     
    Un cálido abrazo.
     

  2. Ivonne dijo:

    El guerrero esta en camino…

  3. Domingo dijo:

    Muy bueno. El miedo es lo unico que limita la existencia. Un abrazo

  4. Los dijo:

    Querido Doctor Lazarus, nos hemos tomado la libertad de tomar su texto para nuestro espacio. Esperamos que no le moleste, es un escrito realmente bueno. Fue grande la tentación.
     
    Saludos.

  5. sánchez dijo:

    Preciosa foto!

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