Hace un momento, al acostar a los niños, Pablo, de 8 años me dijo:
Papá, siento mucha tristeza, pero no sé de qué.
Y Tania, de 6 años, le dijo:
Tal vez te gastaste toda la alegría durante el día.
(Papá guardó un respetuoso silencio, acarició la cabecita de Ana Karen, de casi tres años, que ya dormía y se fue a abrazar a Pablo un rato. Pienso que también yo me gasté la alegría durante el día).
Ay, Doctor. Se nos parte el corazón cuando escuchamos a uno de nuestros pequeños decir cosas como esas. Nuestro amor por ellos es tal, que cualquier rastro de alegría que hayamos tenido, se escapa por la punta de los dedos en un intento desesperado por transmitírsela, aunque quedemos vacíos, totalmente en ceros.
Pero hay algo lindo dentro de todo: esos momentos nos permiten acercarnos más, hacerles sentir que nos tienen (un poco más de lo que le hacemos saber cada día).
Mañana, al despuntar el alba, el sol les traerá una nueva carga de alegría. Ya lo verán. Dormir después de un abrazo resulta una cura milagrosa para casi cualquier mal.
Saludos;
Hil
Los niños son receptivos a todas las cosas, son pequeñas esponjas andantes.
No está mal sentirse triste. Es necesaria la tristeza para saber estar alegres.
Un cálido abrazo.